
¿Qué perdemos con el uso desmedido del celular?
Autoría: Fátima Yazmín Coiffier López
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A todos nos llega el día en esta #CiudadDigital. Resulta que estás desayunando, en la sala de tu casa o en el trabajo y, de repente, te das cuenta de que todo el tiempo tienes el celular en la mano, en una especie de navegación infinita por el correo electrónico, las redes sociales y las aplicaciones de mensajería como WhatsApp.
Lo ves normal, parte de la rutina, pero ¿te has preguntado qué pierdes cuando estás anclado casi todo el tiempo al celular?
Seguro las pérdidas son distintas para cada persona, pero más de una coincidirá en las siguientes.
En el trabajo, la hiperconexión provoca una pérdida silenciosa. La concentración profunda. Saltar cada cinco minutos entre notificaciones, mensajes y correos interrumpe el hilo mental y obliga al cerebro a “reiniciar” la atención una y otra vez. Esto no solo retrasa las tareas, sino que genera sensación de cansancio y de “no avanzar”.
Además, la pantalla reemplaza momentos de convivencia, ese café improvisado con un colega, una charla de pasillo, incluso la posibilidad de pedir una segunda opinión sin filtros digitales. Perdemos contacto humano en el mismo lugar donde pasamos la mayor parte del tiempo.
En la casa, el costo suele ser más alto. El celular roba silenciosamente la presencia. Compartimos espacio físico, pero no emocional. Se vuelve común responder con monosílabos a la pareja, mirar a los hijos solo de reojo o distraernos en plena conversación con un familiar. En el caso de tener niños pequeños, la pérdida es doble, ellos reclaman atención constante y, al no recibirla, aprenden también que mirar una pantalla es más importante que mirar al otro.
En reuniones familiares, el problema toma una dimensión cultural. Las sobremesas, antes llenas de relatos y risas, ahora se interrumpen con notificaciones o con el silencio incómodo de quienes prefieren deslizar el dedo en la pantalla antes que escuchar la anécdota de un tío. Lo que se pierde aquí es la narrativa colectiva, esas historias que pasan de generación en generación y nos dan identidad. Una reunión sin escucha atenta es solo un conjunto de personas compartiendo espacio, pero no memoria.
En lo personal, el celular nos roba tiempo de expansión, ese tiempo en el que uno se permite leer, aburrirse, contemplar o simplemente descansar sin estímulos. Es un robo invisible, porque pareciera que “rellenar huecos” con el teléfono es aprovechar el tiempo. En realidad, lo que hacemos es dejar de tener espacios de silencio y creatividad. Sin esos momentos, nuestra mente se vuelve más ansiosa, más reactiva y menos capaz de disfrutar la vida sin mediaciones.
La buena noticia es que sí es posible recuperar la balanza. No se trata de demonizar al celular, sino de usarlo con conciencia, sin que absorba lo más valioso, nuestra atención y vínculos. Si estás en este uso desmedido, te comparto algunas estrategias que podrían funcionarte:
Usar aplicaciones que bloquean el celular. Una de ellas es Forest, que plantea un ejercicio simbólico. Mientras te concentras en una tarea sin tocar el dispositivo, un árbol virtual crece en tu pantalla. Si interrumpes y caes en la tentación de revisarlo, el árbol muere. Lo interesante es que, además de la metáfora, la app permite colaborar en la plantación de árboles reales. Así, tu autocontrol digital se convierte en un aporte al medio ambiente. Es una doble ganancia.
Configurar límites de tiempo para el uso de ciertas apps. La mayoría de los celulares ya integra funciones de bienestar digital que permiten establecer horarios de desconexión o límites diarios. Revisar semanalmente el tiempo de pantalla no es solo un dato curioso, es un espejo incómodo que muestra cuánto de nuestra vida se nos escurre en la pantalla. Con esa información, podemos trazar metas pequeñas, como reducir 15 minutos diarios en redes, hasta construir un uso más equilibrado.
Emplear la “cajita de la conexión” en reuniones. La dinámica es sencilla. Todos los presentes depositan su celular en una caja al inicio y lo recuperan al final. Lo que se gana es un espacio libre de distracciones, donde la atención vuelve a centrarse en el otro. Esa “cajita” representa la decisión de priorizar la presencia sobre la inmersión digital.
Entre estas estrategias, quizá la más importante es el hábito de autobservación. Preguntarse antes de desbloquear la pantalla, ¿realmente necesito revisar esto ahora?
En un mundo digital que corre cada vez más rápido, recuperar la pausa, la presencia y el contacto humano no es un lujo, es una necesidad vital. No se trata de apagar la tecnología, sino de ponerla en su lugar, al servicio de la vida y no al revés. Al final del día, los recuerdos más valiosos no serán los mensajes ni los memes, sino las miradas, las risas y las conversaciones que supimos sostener sin una pantalla de por medio.
El filósofo Martin Buber decía que “toda vida verdadera es encuentro”. Esta afirmación cobra especial vigencia hoy. Somos seres sociales cuya identidad y sentido se tejen en la relación con otros. El celular puede acercarnos a quien está lejos, pero nunca reemplazará el calor de la presencia ni la fuerza de una mirada atenta. El contacto con los otros, es lo que nos hace plenamente humanos.