
¿Pensaste o citaste? En defensa de la inteligencia
Autoría: Omar Gutiérrez Peral
Comparte:
Vivimos rodeados de textos que parecen más bien catálogos de referencias. Y a veces, las ideas, se pierden entre comillas y apellidos.
Tal vez a ti también te ha pasado: lees un texto claro, profundo, provocador… pero no tiene ninguna cita… y entonces alguien dice, casi como un acto reflejo: “le falta sustento”. ¿En serio?
Claro que las citas son importantes, pensar en diálogo es indispensable. Pero hay una diferencia enorme entre construir un pensamiento con otros y tener que refugiarse en voces ajenas para ser tomado en serio. O, mirando la otra cara de esa moneda, poner en tela de juicio ideas que se presentan sin vastas listas de referencias académicas.
¿Por qué nos cuesta tanto confiar en nuestro juicio? Hemos aprendido a mirar con desconfianza cualquier afirmación que no venga escoltada por un pie de página. Como si para distinguir algo valioso, necesitáramos que alguien más nos lo garantizara.
La historia muestra que muchas ideas brillantes no llegaron contenidas en artículos académicos que citaban a cinco autores por párrafo. Eran intuiciones potentes, preguntas bien hechas, afirmaciones nacidas de mirar el mundo con atención. Pienso en el lúcido discurso pronunciado por Martin Luther King en 1963; en los libros de Paulo Freire, uno de los pedagogos más influyentes del siglo XX, en las conferencias de Galeano, en fin, ejemplos sobran.
En todos esos casos, el texto era vehículo de las ideas. El texto era valioso porque tocaba algo verdadero, no por la cantidad de comillas. Y no es que tengamos que elegir entre rigor y libertad. El asunto es otro: que no perdamos la capacidad de pensar por nuestra cuenta.
Este tema se vuelve todavía más urgente ahora que la inteligencia artificial puede escribir textos impecables en segundos: estructura perfecta, tono neutral, citas incluidas, pero… ¿pensados por quién?, ¿con qué intención?
Abro por un momento un paréntesis: En una charla reciente, alguien mencionó el caso de un adolescente en Estados Unidos que decía preferir hablar de sus emociones con ChatGPT. ¿Por qué? Según él: “Porque siempre está ahí, nunca me juzga, me escucha, es amable y me da buenos consejos”.
En la sala hubo reacciones de alarma: “qué preocupante”, “qué peligrosa la IA”, “cuánta ignorancia”. Y sí, hay muchas preguntas en el aire. A mí se me cruzaron algunas: ¿Cómo llegamos a este punto?, ¿qué hemos hecho, como sociedad, para que un joven sienta que una máquina lo escucha mejor que las personas?, ¿qué tipo de redes humanas estamos construyendo —o no— para que alguien prefiera un algoritmo porque no lo hace sentirse juzgado?
Lo más fácil sería criticar al chico, o escandalizarnos por la tragedia de buscar consuelo en una entidad sin tripas ni sentimientos. Pero la verdadera pregunta no es qué está haciendo él… sino qué estamos dejando de hacer nosotros. Porque ese testimonio no habla de tecnología. Habla de soledad, de falta de espacios donde uno pueda decir lo que piensa sin ser corregido de inmediato.
Cierro el paréntesis dejando sobre la mesa una problemática a profundizar en otra ocasión y ahora conecto la historia con la reflexión sobre las ideas con la cual inició este artículo. Porque, así como ese chico encontró en ChatGPT una escucha libre de juicio, hay textos que merecen ser leídos con esa misma disposición: sin prejuicio automático, sin filtros que solo valoran referencias, nombres, o formatos.
Una idea puede ser profunda aunque no venga con un currículum detrás. Pensar con otros no significa perder la voz, y leer críticamente no es buscar fallas como si fuera un deporte, sino reconocer algo valioso delante de ti, aunque no venga certificado.
Aplicar el pensamiento crítico no es un lujo académico. Es una necesidad urgente porque nos permite, por un lado, sopesar los argumentos en sí mismos —su lógica, su profundidad, su sentido— y, por otro, protegernos de los efectos colaterales de una cultura acelerada, automatizada y cada vez más inundada de información falsa, sesgada o malintencionada.
Sin ese ejercicio de leer con atención, podemos caer fácilmente en la trampa: dar por verdadero algo simplemente por quien lo dice, porque está lleno de citas, o porque suena bien. Y también podemos ir perdiendo, poco a poco, algo más delicado, la capacidad de hilar nuestras propias ideas, de construir pensamiento sin tener que pedirle a un chatbot que lo haga por nosotros.
Por lo anterior, más que obsesionarnos con la cantidad de citas, lo que necesitamos es cultivar la capacidad de leer con inteligencia. Porque así como una idea sin referencias puede ser un gran hallazgo, un texto lleno de referencias puede estar vacío de contenido.
Quizá, el verdadero acto de resistencia en estos tiempos no sea desconectarse ni rechazar la tecnología, sino algo más simple y profundo: pensar con el corazón despierto, con la mente activa y con una voz propia que no necesite permiso para decir lo que piensa.
Puedes contactarte con el autor a través de:
Facebook https://www.facebook.com/omargutierrez.mx
X https://twitter.com/omargtz_mx
LinkedIn https://www.linkedin.com/in/omargutierrezmx/
Suscríbete a las redes de la Coordinación de Educación Virtual de la Ibero Puebla:
Facebook https://www.facebook.com/edvirtualIBEROP
YouTube https://www.youtube.com/channel/UCKe1fjvzbqEKevTJQjbgVMQ
X https://twitter.com/evirtualIberoP/
Instagram https://www.instagram.com/eduvirtualiberop/